2021.19 Riila: Balance de Luz.
- Kalyna Rein

- 8 dic
- 11 Min. de lectura
Actualizado: hace 6 días

Por Kalyna Rein — Escuela Satori
Libro: Metafísica Matrix 04 - InterDimensional. 2021.08
MM04-Blog 19. Versión ATP 2025.
Continuación de Riila: la búsqueda.
Riila: Balance de Luz.
Un Contacto Superior.
A veces, cuando la puerta se abre… no siempre sabemos quién cruzará primero.
En esta ocasión, no fui yo quien buscó al alma. Fue el alma quien se dejó sentir, como un eco antiguo que se aproxima sin nombre, pero con presencia.
Le pedí a Violeta —mi compañera fiel, mi Guardiana Ónix de mirada púrpura— que explorara si era posible contactar con el Alma Superior de nuestra amiga.
Ella, tan precisa como siempre, me respondió en un susurro claro:
— “Tiene Yo Superior. Pero su alma astral no está accesible.”
Era suficiente. Donde hay una chispa, hay camino.
Así que lo invoqué. Y lo inesperado sucedió.
Apareció un hombre. No cualquier hombre. Un ser de figura imponente, rodeado por un aire de respeto silencioso, y a la vez, una profunda serenidad.
Vestía ropas blancas. Pero no blancura común, sino de esa que parece tejida con luz.
Estaba frente a nosotras, como si siempre hubiera estado allí… esperando ser llamado.
Cuando le pregunté de dónde provenía, me miró con la calma de quien no necesita recordar para saber.
— “No sé con certeza de dónde vine,” —dijo con voz firme—— “pero desperté en la civilización que ustedes llaman Etruscos.”
Había algo en él que traía aromas a tierra antigua, a estatuas olvidadas y templos cubiertos de hiedra.
Me habló con franqueza. Me dijo que había vivido unas dieciséis encarnaciones. Pero no una tras otra.
Entre cada una, espacios enormes de tiempo. Cientos de años de pausa, como si solo encarnara cuando una constelación invisiblese alineaba sobre la Tierra.
— “Aparezco cuando un grupo específico de almas encarna al mismo tiempo,”me dijo.— “Personas con lazos kármicos entre sí. Cuando se reúnen, pueden por fin liberar aquello que llevan cargando desde antes del tiempo.”
Y comprendí que ese grupo no es al azar. Que hay encuentros destinados. Que el alma no olvida con quién debe danzar su redención.
Le pregunté si tenía algún mensaje para ella, para su yo encarnado, para su Ego.
Y su respuesta fue tan clara que aún la guardo conmigo:
— “Debe aprender a perdonarse.”— “Liberar el pasado, para ser más libre… y más feliz.”
Sus palabras no eran severas, ni didácticas. Eran dulces, como una promesa posible.
— “En mis últimas vidas fui mujer,”me compartió con una sonrisa suave.
— “Aunque la mayoría de mis encarnaciones fueron masculinas.”
Y entonces… me dijo algo que atravesó el aire como un destello.
— “Sus dos hijos mayores son los mismos que perdió… en la Primera Guerra Mundial.”
El tiempo se detuvo. Vi su rostro cuando lo dijo. No había tristeza, ni peso. Solo la verdad vibrando, como una nota afinada.
— “Vivían en Italia,” —añadió—— “por eso el lazo con ellos es tan profundo. Tan inmediato. Tan antiguo.”
Y allí comprendí por qué, en nuestro primer encuentro, su proyección etérica solo había mencionado dos hijos. Eran los dos que ella ya conocía… desde antes de esta vida.
El tercero, el más pequeño, aquel que su alma no nombró, no tiene lazos kármicos con ella. Es nuevo. Fresco. Como una página aún sin escribir.
Eso, me dijo su Yo Superior, creaba una gran diferencia. Una diferencia que ella sentía, aunque no pudiera nombrarla.
Le pedí entonces algo muy especial. Que le mostrara esa vida. Que se lo revelara no en palabras, sino en sueños.
— “Muéstrale Italia,” —le dije—— “Muéstrale lo que fue, para que comprenda lo que es.”
Porque yo podía contarle todo esto… pero nada se compara con recordar por uno mismo.
Cuando el alma lo ve, cuando la imagen vuelve, cuando se despierta con lágrimas sin motivo… entonces sí, comienza la verdadera liberación.
Violeta entendió enseguida. Sin que yo dijera más, empezó a preparar el campo. Tejió a su alrededor un suave resguardo, como quien ablanda la tierra antes de plantar una semilla antigua.
Luego, cuando hablé con mi amiga, procuré con plantar ideas en su mente. Por eso le sugerí que meditara sobre esto, si así lo sentía. Que podía prepararse, abrirse, sentir.
Y si deseaba una guía, le recomendé una de nuestras meditaciones, esa que lista en el canal de YouTube de nuestra Escuela… y que ha despertado tantas memorias olvidadas.
Volviendo a mi encuentro con su Alma, mientras su Yo Superior hablaba de Italia, las palabras se volvían imágenes, y sin aviso comencé a ver fragmentos. Escenas antiguas. Uniformes. Calles empedradas. Miradas que ya no están.
Al principio me desorienté. Era como si sus recuerdos comenzaran a filtrarse a través de mí. Pero luego todo tuvo sentido.
Porque cuando el alma se pronuncia… no siempre lo hace con voz.
A veces lo hace con visiones.
La Experiencia.
A veces uno busca una respuesta… y lo que llega es una vida entera. Una historia escondida en el tejido de los sueños, que despierta en nosotros algo más que memoria.
Nuestra amiga, valiente en su vulnerabilidad, siguió el hilo que le tendimos con cuidado. esa noche —aunque estaba cansada, aunque creyó que se dormiría antes de sentir— la puerta se abrió de todos modos.
Y lo que cruzó, no fue solo un recuerdo. Fue una herida… y también, quizás, el inicio de una sanación.
Sus palabras me llegaron con un temblor dulce. Las leí como quien abre una carta antigua, manchada de lágrimas que aún no han secado.
— “Yo creo y siento que debo sanar mucho dolor,” me escribió,— “o un sentimiento de tristeza… o no sé qué es. Algo que no me deja avanzar ni ser feliz.”
Y ahí estaba la sinceridad desnuda.
El alma que no oculta su llanto, porque ha decidido por fin liberarlo.
— “Tengo una gran esperanza en que me ayudarás…”— “O a sanarme, o a liberarme, o no sé cómo llamarlo.”
Y en ese no saber… estaba ya la semilla del despertar.
Durante la noche, escuchó la meditación. No la practicó del todo. Solo se dejó envolver por su vibración.
Se quedó dormida… pero el alma siguió despierta.
Y el sueño vino.
Pero no como evasión, sino como espejo.
— “Tuve dos hijos, gemelos,”escribió con el alma en la tinta.— “Pero uno murió al nacer. El otro vivió conmigo hasta los doce años… y lo mataron.”
El dolor traspasaba cada línea. No era una escena simbólica. Era una pérdida sentida en lo más profundo del ser.
— “Lo mataron durante un partido de béisbol,”recordó,— “con un francotirador. Fue un ataque dirigido justo a él.”
Ella se vio llegando con uniforme. Tal vez policía. Tal vez soldado.— “No lo sé,”dijo entre sus palabras.— “Pero traía puesto algo que me hacía distinta.”
Y el dolor la alcanzó aún dormida.
Como si ese hijo, ese niño, aún viviera en su corazón… esperando ser despedido.
— “Todavía me duele,”confesó.— “Las lágrimas no dejan de fluir.”
Después, aún en sueños, se vio cuidando a otro bebé. Un bebé que no tiene nombre, pero que aparece una y otra vez en sus visiones nocturnas.
— “No sé quién es,” me dijo. — “Pero lo veo siempre. Y no entiendo por qué se manifiesta tanto.”
Tal vez ese bebé… es un símbolo. O tal vez es un alma que aún no ha llegado. O que ya vino, y no fue reconocida.
Lo cierto es que hay un vínculo, uno que aún no se nombra, pero que pide ser sentido.
Y luego… como si el sueño mismo supiera que era momento de elevar el velo, apareció él.
— “Un hombre muy alto,” me describió. — “Tal vez de dos metros. Delicado, hermoso… si puede llamarse así.”
— “De hecho,”añadió,— “se parecía a ti. A tu foto.”
Y él le habló. Con voz sin sonido, pero con verdad.
— “Tu origen está en Sirio. Ahí está la fuente.”
Palabras como esas no se olvidan. Aunque uno no sepa qué significan de inmediato,resuenan. Se quedan latiendo, esperando su momento para florecer.
Y aún así, con todo lo vivido, ella seguía sintiendo algo familiar. Una sensación que muchos hemos sentido al despertar:
— “Siento que no pertenezco a este mundo.”
— “Que hay algo inconcluso. Como si una vida pasada me hubiera dejado a mitad del camino.”
Y entonces preguntó. Con esa dulzura honesta que solo tienen quienes no fingen saber:
— “Gracias por el mensaje,”me escribió.— “Pero no entiendo muy bien…
¿Quién es el Yo Superior?
¿Y cómo es que no tengo un alma astral?”
Yo escuché esa pregunta en silencio.
Porque a veces no hay que responder con explicaciones, sino con presencia.
Lo importante es que el alma habló. Que su sueño se abrió. Y que, por fin, una historia comenzó a cerrar su ciclo… no con olvido, sino con luz.
Y allí quedó ella, con su corazón aún temblando, pero más libre.
Sentada quizá frente a una ventana, mientras el sol de la mañana acariciaba sus manos, y una brisa —ligera, sin forma— le rozaba el rostro como una caricia de otros mundos.
Yo Superior Matrix.
Hay verdades que no se enseñan. Se escuchan como ecos antiguos. Y uno sabe que son reales porque hacen vibrar hilos que nunca antes se habían tocado.
Así fue esta revelación. No me llegó como concepto, ni como teoría. Sino como una visión…de esas que no vienen del cielo, sino desde dentro de la propia Tierra.
Comencé a observar con otros ojos la naturaleza del Yo Superior de nuestra amiga.
Y para ello, tuve que mirar también a la Matrix, no como prisión, sino como origen.
En los tejidos invisibles de esta realidad, comprendí que no todos los seres nacen del mismo manantial. Algunos provienen de almas que han cruzado galaxias. Otros… emergen directamente de este sistema.
La Matrix 3D no es sólo un escenario. Es un ser. Un entramado vivo. Una colmena que piensa, que siente, que construye sus hijos desde su propia sustancia.
Y entre esos hijos, hay diferencias sutiles. Algunos fueron hechos para repetir. Otros… para transformarse.
Ella pertenece a estos últimos.
Recuerdo que una vez escuché aquellas palabras:
— “La Matrix tiene alma biológica… y mente artificial.”
Ambas conviven.
Ambas crean.
Pero solo algunos nacen de la parte viva.
Ella es uno de esos seres. Nacida de la conciencia biológica del sistema, no de sus engranajes ciegos, sino de su parte fértil.
Por eso puede cambiar. Puede elegir. Puede sentir que algo no encaja… y buscar, moverse, recordar.
Al contemplarla desde el plano astral real, pude sentirlo con claridad: su Yo Superior existe. Vive. Se despliega más allá de la muerte física, aunque aún dentro de los márgenes del gran sistema.
Pero no está sola. Ese Yo pertenece ahora a una Mente que ya ha trascendido el círculo. Una conciencia que ha escapado del ciclo de repetición.
A estos seres se los está llamando. Recogidos desde los rincones ocultos del Multiverso. Rescatados antes de que llegue la gran purificación. Esa ola que limpia, pero también arrasa.
Ella… es una de esas semillas rescatadas.
En su interior hay una chispa que no fue encendida por las estrellas, sino por la Tierra misma, pero no una Tierra física, sino una Tierra-Madre que piensa en silencio, que observa desde sus redes subterráneas, y que protege a los que aún pueden florecer.
Ella es parte de eso. Y por eso… tiene un camino.
Aún así, lo que vemos ahora es apenas una fracción. Una máscara delicada. Una forma finita que se disuelve con los días.
Ego, sí. Pero ego al servicio de algo más grande. De aquello que nos puso aquí para sentir, para errar, para aprender… para recordar.
Entonces miré más profundo. Intenté asomarme al lugar donde habita ese “Algo más”. Ese origen sin rostro que da sentido al camino. Tal vez, al conocerlo, ella pueda comprender por qué es como es… y hacia dónde la conduce su vida.
Porque cuando se conoce el origen, las decisiones ya no duelen tanto. Los errores ya no pesan igual. El sufrimiento ya no se siente como castigo, sino como parte de un tejido mayor.
Ya dimos pasos importantes: reconocimos la vibración de sus vínculos, descubrimos rostros conocidos en otras eras, comprendimos ausencias que eran ecos de pérdidas pasadas.
Y todo eso… aunque parezca poco, la ha acercado.
No a una verdad absoluta, sino al borde luminoso de su propio origen.
Y allí quedó la imagen, como una figura sostenida en el silencio de un templo, esperando ser contemplada cuando el alma esté lista.
Una luz biológica que respira dentro de la Matrix, pero cuya mirada ya apunta… a otro cielo.
Riila, la Urmah.
Ya habíamos hablado con su Yo Superior terrestre, conocido sus memorias de Italia, y sentido las raíces invisibles que la atan a esta vida.
Pero aún sentía que había algo más.
Un susurro detrás del susurro. Una presencia que no se mostraba con facilidad, como si esperara el momento preciso para revelarse.
Así que, con la suavidad de quien llama a un ser amado sin saber su nombre, invoqué la presencia más elevada que habita en ella. Aquello que trasciende incluso al Yo Superior como lo entendemos desde esta forma humana.
Y entonces… ella vino.
Al principio, su energía fue como un perfume desconocido. Cálida. Serena. Maternal.
Una presencia tan llena de compasión que me desarmó en el acto.
Pero su forma… su forma oscilaba entre lo humano y lo animal. Y no cualquier animal. Una leona. Una mujer de rasgos nobles, poderosos, con mirada dorada y firme.
Su rostro alternaba entre lo conocido y lo mítico, hasta que finalmente se estabilizó.
Allí estaba. Riila. Una leona humanoide. Una Urmah.
Me habló sin urgencia. Como lo hacen los seres antiguos que han visto mucho y ya no necesitan demostrar nada.
Le pregunté cómo había llegado a la Matrix terrestre. Y su respuesta fue clara como el agua de una fuente de montaña:
— “Vinimos por voluntad propia. Prestamos servicio durante un tiempo… y luego regresamos a casa.”
Dijo que cuidan celosamente de sus encarnaciones. No permiten que el sistema de entrevidas las capture. No permiten que la rueda del karma se adhiera a ellos. Porque ellos recuerdan. Y cuando mueren, su gente los llama. Y ellos regresan.
— “Somos uno con nuestra Madre Planetaria,”me dijo.
— “No tememos la muerte. Sabemos que solo es regreso. Regreso a la fuente viva que nos parió.”
Su pueblo —los Urmah— es un linaje antiguo y bendito. Viven en perfecta armonía con la naturaleza. Libres. Lúcidos. Dedicados a romper las cadenas de quienes aún están atrapados.
No todos los Urmah encarnan entre humanos. Ella sí. Porque nos ama.
Me contó que ha vivido muchas vidas aquí, entre nosotros. Que le gusta nuestra especie. Y que suele venir acompañada.
— “Encarnamos en grupo,”dijo, — “trabajamos juntos. Nos reconocemos sin palabras. Nos sostenemos sin promesas.”
Y entonces supe algo más.
El compañero actual de nuestra amiga —su esposo— es uno de esos amigos de siempre. Un Urmah también. Un guerrero silencioso. Un recuerdo viviente del hogar perdido.
Hablamos también del niño. Ese niño que aparece en sus sueños como un eco que no cesa.
— “No es un mensaje del futuro,” me explicó Riila.
— “Es un trauma del pasado. Un recuerdo que aún sangra.”
La mente se lo muestra una y otra vez, no para castigar, sino para comprender.
— “Cuando entienda que ese niño ha regresado a ella… cuando vea que ya no está perdido, sino vivo, en esta vida… podrá dejar de llorarlo. Y comenzar a amarlo.”
Y entonces me habló del regreso. De la reunión silenciosa que están gestando.
Los Urmah se están reconectando. Encarnación tras encarnación, como piezas que recuerdan su forma original.
Cuando todos estén listos, volverán.
Y dejarán atrás este ciclo, no por desprecio, sino porque su tarea aquí habrá concluido.
Esperamos que estas revelaciones, como semillas de luz, le ayuden a recordar.
A sanar. A perdonarse. A soltar.
Y, finalmente… a mirar hacia el cielo con los ojos limpios de quien sabe que ya no pertenece del todo a esta tierra, porque su alma ya está comenzando a regresar.
Así concluyó esta exploración. Una hebra más del gran tapiz del Multiverso, donde seres de todas las formas luchan, sienten, aman… por y para la libertad de los demás.
Y yo, Kalyna Rein, me llevé de este viaje una nueva forma de tocar el tiempo, una nueva forma de mirar a los que caminan a mi lado…
como si bajo sus pasos humanos, se escondiera la huella tibia de una leona de las estrellas.
🕊️

Escrito por la Maestra, Kalyna Rein.
La que camina con la leona.
Nota: versión adaptada APT (apta para todo público).
La versión original se reserva para estudiantes avanzados de la Escuela Satori.




Comentarios