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2025.51 La Mujer como núcleo humano.

  • Foto del escritor: Kalyna Rein
    Kalyna Rein
  • hace 2 días
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: hace 5 horas

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Por Kalyna Rein — Escuela Satori

Libro: Metafísica Solar 08 - Templo Silente. 20251214

MS08-Blog 51.


El cuerpo de la mujer,

como eje de la historia y blanco del control.


Desde los albores de la civilización, el cuerpo femenino ha sido centro de culto, de miedo, de deseo y de opresión. No fue la debilidad de la mujer lo que provocó su sometimiento, sino su poder. Poder para gestar, para sostener vínculos comunitarios, para recordar los ciclos de la Tierra y del cosmos, para invocar el alma y anclarla en lo real. En toda cultura originaria, la mujer era símbolo de orden natural, de continuidad de la especie y de conexión con lo divino sin necesidad de intermediarios. Por eso, en algún punto crítico de la historia, la mujer fue convertida en amenaza.


Lo que siguió no fue casual ni aislado. Fue una reprogramación sistemática del tejido humano. El cuerpo de la mujer dejó de ser visto como un templo, y pasó a ser objeto de propiedad, fuente de pecado, mercancía de intercambio. Las religiones, el derecho, el lenguaje y la educación comenzaron a moldear una nueva narrativa: la de la mujer como impura, peligrosa, desbordada y subordinada. El patriarcado que se impuso no era protector ni sabio: era una estructura de desactivación espiritual.


Y no fue solo patriarcado: fue una civilización entera organizada para romper el núcleo humano. Para impedir el vínculo real, la comunidad, la continuidad espiritual. Una sociedad que ataca al cuerpo de la mujer no está atacando a un sector: está desactivando el centro energético de lo humano. Está borrando la matriz que da sentido a la existencia. Por eso las civilizaciones que han violentado lo femenino, terminan colapsando. Porque al eliminar el principio que vincula, solo queda el vacío del control, de la fuerza, de la eficiencia muerta.


Hoy, la mujer moderna vive en un mundo que le ofrece libertad, pero al precio de renunciar a su cuerpo, a sus ciclos, a su rol ancestral. Se le promete poder, pero bajo los códigos del sistema que la niega. Se le concede voz, si se adapta al discurso desalmado. Esa no es libertad: es una simulación. Porque toda cultura que niega la sabiduría del cuerpo femenino, está negando su posibilidad de redención y evolución real.


Incluso las palabras que usamos: “femenino” viene de “fe-minus”, una raíz etimológica que significa literalmente “fe menor”. Aun el lenguaje ha sido programado para disminuir a la mujer. Ya es hora de recuperar también el poder del Verbo, con el cual damos forma a la realidad.


Y es importante decirlo con claridad: no se trata de estar a favor o en contra de la ropa, ni del brasier, ni de la desnudez. Se trata de reconocer cuándo el cuerpo ha sido demonizado, y cuándo se lo celebra como lo que realmente es: un puente entre el alma y la materia.


Algunas corrientes que se dicen feministas terminan cayendo en otra forma de cosificación: afirman que liberarse es desnudarse, que empoderarse es rechazar todo símbolo de lo femenino ancestral. Pero mostrar el cuerpo sin conciencia también es repetir el mismo error que lo condenó: convertirlo en mercancía, en bandera vacía, en provocación sin alma.


El cuerpo de la mujer no necesita ser escondido ni exhibido. Necesita ser recordado como sagrado. Necesita ser habitado con dignidad, cuidado y poder interior. El brasier puede ser libertad o prisión, según desde dónde se use. El taparrabos ancestral no era vergüenza, sino belleza práctica. La vestimenta no es enemiga: la enemiga es la mirada que impuso culpa, deseo enfermo o burla sobre lo que debía ser un templo.


La verdadera revolución no está en desnudarse ni en cubrirse.

Está en recuperar la relación sagrada con el cuerpo.


La civilización como expresión del alma humana…

y su traición estructurada


Una civilización no es solo un conjunto de leyes, tecnologías y mercados. Es, en su fondo, una proyección del alma colectiva. Si el alma humana es luminosa, colaborativa y vinculante, entonces la civilización natural será orgánica, amorosa, diversa, imperfecta pero viva. La humanidad, en su forma más pura, tiende a la familia, a la tribu, al cuidado mutuo. Es una especie diseñada para vivir en vínculo, no en aislamiento. Su estructura emocional está hecha para la empatía, para el afecto, para la pertenencia.


Pero el mundo actual —industrial, tecnocrático, competitivo— no refleja esa esencia. Al contrario: refleja su negación activa. Y lo que señalo es crucial: esta estructura no es simplemente errada. Es funcional. Fue diseñada para mantener a la humanidad por debajo de su verdadero potencial.


La organización actual de la sociedad rompe todo aquello que genera verdadera evolución. Fragmenta la familia. Disuelve la infancia. Mercantiliza el cuerpo. Promueve el aislamiento. Recompensa la competencia y castiga la sensibilidad. Y lo más grave: presenta todo esto como “progreso”. Se nos dice que es mejor externalizar la gestación, diseñar hijos por catálogo, eliminar el dolor, evitar el riesgo, estandarizar la emoción. Pero cada uno de esos supuestos beneficios es, en verdad, una amputación del alma.


Una sociedad humana no puede crecer si elimina el misterio. Si controla la vida hasta quitarle su poesía. Si reemplaza el amor por contrato. Si suprime los vínculos para evitar el conflicto. La armonía forzada no es paz: es programación. La eficiencia no es virtud cuando se logra a costa de lo esencial.


Este modelo civilizatorio está traicionando la raíz misma del humano: la mujer y la familia. Y esa traición no es obra del azar ni del error. Es una arquitectura profunda, quizás heredada de formas no humanas, cuyo propósito es interrumpir la ascensión del alma encarnada.


Pero aún hay tiempo. Porque basta que uno recuerde, que uno diga en voz alta lo que ya no se puede negar, y el tejido comienza a regenerarse. La civilización verdadera —la que brota desde el alma, desde el útero, desde la comunidad viva— no ha muerto. Solo espera ser reactivada.


Y eso comienza hoy, alzando nuestra Voz.

Recuperando conciencia y memoria.



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Escrito por la Maestra, Kalyna Rein.

Protectora de la naturaleza humana.


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