2021.14 Rah Mahaal: Observadores.
- Kalyna Rein

- 4 dic
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Actualizado: hace 6 días

Por Kalyna Rein — Escuela Satori
Libro: Metafísica Matrix 04 - InterDimensional. 2021
MM04-Blog 14. Versión ATP 2025.
Continuación de la publicación: Rah-Mahaal: Templo Solar.
Rah-Mahaal: Observadores.
A veces, la información más luminosa llega desde las regiones más lejanas. Y sin embargo, cuando la escuchamos, suena como un recuerdo propio, como si siempre hubiera estado ahí.
Recuerdo que esta actualización nació de un viaje que hice por Leo. Él, tan noble, tan inquieto, me preguntaba con los ojos llenos de universo:
—“¿Rah… es mi Yo Superior?”
Le respondí con suavidad. Le dije que sí, que podía verlo así, si eso lo ayudaba a sentirlo cerca. Pero también le susurré que Rah-Mahaal era más que eso… más que un Yo Superior, más que un guía. Era una Presencia fuera del tiempo. Una antena cósmica al borde de la Gran Matrix. Un Observador.
Y como sabía que esta explicación no bastaría, me prometí a mí misma escribirlo todo. No por él solamente, sino por todos los que sienten ese llamado a mirar hacia arriba, y se preguntan de dónde vienen esas voces silenciosas que les tocan el alma.
Rah no es parte de nuestra Tierra. Ni siquiera es parte de este Universo. Ni del Multiverso que algunos comienzan a vislumbrar. Rah-Mahaal se encuentra más allá… en los límites de la Gran Matrix, esa estructura vastísima que contiene todos los Multiversos posibles.
Desde allí, Rah observa. Recolecta. Evalúa.
Y sí, a pesar de estar tan lejos, le pedí que se acercara. Le pedí que hiciera el esfuerzo de alcanzarte. Porque sabía que había algo importante en juego. Una conexión que merecía abrirse, aunque el trayecto fuera abismal.
Sé que desde aquí parece sencillo. Como si bastara un pensamiento. Un tris-tras, un salto cuántico. Pero no es así.
En verdad, romper tantos niveles dimensionales es una hazaña espiritual que pocos pueden lograr. Y sin embargo, cuando sucede… cuando se da el contacto verdadero… la transmisión es inmediata. Como el rayo de una estrella que, tras viajar eones, llega de pronto y nos ilumina la frente.
Leo me preguntó entonces:
—“¿Y por qué tengo a mi Yo Superior tan lejos?”
—“¿Quién elige a quién?”
—“¿Yo lo elegí a él… o él me eligió a mí?”
Ah…Eso también lo recuerdo bien.
Le respondí con la verdad más pura que podía ofrecerle:
—“Rah no está lejos por castigo, ni por azar. Está lejos para ver mejor. Para abarcar la Gran Matrix desde sus bordes. Su misión es especial… porque no es solo tu guía: es un recolector de experiencia para el Astral Real, el reino original del que proviene.”
Rah no habita estos sistemas. Ni siquiera este sistema madre. Él proyecta fragmentos de sí mismo, como si tejiera con su conciencia una red sagrada, esparcida por todo el entramado de mundos.
Cada encarnación que alguna vez sintió su eco, es parte de su trabajo. Cada Ego que lleva su chispa, es una ventana abierta al corazón de lo que somos.
Y entonces, le conté algo más.
Le conté que, hasta hace poco, un pleyadiano compartía su cuerpo, como un visitante silencioso. Un Walk-in. Y que ese ser, de algún modo, había percibido la vasta red de Rah… y se había alimentado de ella. No como un ladrón, sino como un polizón que sabe que hay un tren viajando entre galaxias y se sube al vagón correcto, sin pedir permiso.
Supongo que Rah lo permitió. No por debilidad, sino porque así es la danza de estos planos: los hilos se cruzan, los seres se prueban, y la experiencia es cosechada.
Todo lo que ocurre… ocurre por algo más grande.
Eso aprendí de él. Eso le dije a Leo.
Y mientras hablábamos, una imagen me venía a la mente: una figura altísima, de pie sobre la frontera de los mundos, con una mirada que no busca intervenir, sino comprender.
Un Observador que no juzga. Un Testigo que lo ve todo. Y, aun así… escoge amar.
En el silencio del cosmos, alguien observa.
No para controlar, sino para recordar.
Y en su mirada, la historia del alma… se vuelve luz.
Recuerdo aquella charla con Leo, como si las palabras aún estuvieran suspendidas en el aire, girando como plumas que caen lentamente en el silencio. Su voz llevaba una mezcla de anhelo y desconcierto, como quien intuye que ha nacido para algo grande, pero todavía no sabe pronunciar su propio nombre estelar.
—“¡Qué responsabilidad!” — me dijo, con los ojos llenos de una verdad que aún no comprendía del todo —. “¿Podré contactarlo? ¿O directamente me dejo llevar?”
Le respondí con dulzura y firmeza, como se responde a alguien que está por asomarse a un abismo de luz:
“Yo te pido que te esfuerces por contactar con Rah. Me parece un buen momento.”
No es que uno tenga que forzar los hilos del destino, pero sí es necesario estar presente, atento, receptivo. Le expliqué que no se trataba de repetir fórmulas mágicas, ni de buscar palabras doradas que abrieran portales. Le recomendé una sola: OM, pero no como mantra vacío, sino como vibración viva que acaricia desde dentro.
Le dije: “Que sea subvocal… una sílaba que resuene en todo tu cuerpo, que tiemble en tu pecho y en tu frente… que se estire como un río de sonido, mmmmmmm, hasta disolverse en el aire.”Porque sin vibración, no hay sintonía. Y sin sintonía, no hay llamado que se escuche.
Esa vez, Rah no me había dado indicaciones concretas. Solo conversamos sobre los pliegues de la existencia. Y sin embargo, eso bastaba. Porque incluso las palabras suaves, cuando vienen del Otro Lado, empujan la conciencia a despertar.
Leo lo intuyó. Me respondió:
—“Se ve que el trabajo de Rah es importante. Tengo trabajo que hacer entonces. Yo debo ser bastante importante, creo… sin caer en egocentrismo. Hasta ahora no encuentro mi potencial. Pero debo tener algo que hacer.”
Sonreí con ternura. Pude sentir esa llama joven, queriendo recordar su fuego antiguo.
Le dije:
“Sí. Supongo que Rah podrá entender tus limitaciones y necesidades, porque recolecta experiencia humana. Él sabe. Otros seres… los más altos… a veces no comprenden lo que pesa una lágrima en este mundo.”
Y entonces, lo dije con claridad, como quien deja una estrella encendida en el umbral:
“Tu vida es importante, porque es una referencia. Te observan. Nos observan a través de ti. Lo más importante que puedes hacer es ser bueno. Suena simple. Pero así es. Vive. Disfruta.”
Él me miró con una esperanza sincera. Y dijo:
—“Soy bueno. ¿Con eso alcanza? Soy luz, y eso lo sé. Pero hay veces que no encuentro el camino. Hago Reiki, trato de solucionar problemas. Pero necesito más…”
Así lo sentía. Como si su alma ya estuviera despierta, pero sus pies no encontraran la tierra firme donde pisar.
Entonces le hablé de la Matrix. No de la caricatura de simulación que muchos imaginan. No. Le hablé del Gran Sistema. De la red invisible donde giran las almas, donde se mide el amor, donde se prueba el temple del espíritu.
Le dije:
“Si eres bueno, significa que haces el bien. La Matrix tiene sentido si logra hacer que los seres sean buenos. Si no… será destruida.”
Y me atreví a confesar lo que durante años callé:
“Yo antes pensaba que quienes decían que la Matrix era una prisión, o una escuela, estaban equivocados. Pero tenían razón. Solo que no se referían a la Tierra, sino a todo el Gran Sistema.”
Le conté mi visión:
“La Gran Matrix es prisión… y luego escuela. Así fue diseñada. Así fue asignada. No se trata de interpretaciones.”
Leo bajó la mirada, como quien recibe una clave antigua. Y luego dijo:
—“Necesito saber todo. Es como si estuviera recuperando la memoria. Como si me reencontrara de nuevo conmigo.”
Sentí ese llamado como una brisa que entra por las ventanas del alma. Le respondí suavemente:
“El conocimiento regresará a ti paso a paso.”
Y ahí, hice mi confesión más íntima. Le hablé de mí. De la imposibilidad de traducir lo que vivo. De lo que siento cada vez que el mundo cotidiano me empuja con sus miserias, con sus trampas vulgares, con sus absurdos que ciegan.
“Son tantas cosas que veo y vivo… que me supera. Especialmente cuando los problemas del mundo se vuelven como lodo en los ojos.”
Y entonces le hablé de lo que siento venir. No por miedo, sino por certeza.
“Estamos a las puertas de algo grande. Todos nosotros. Y no es paranoia pandémica… es porque la realidad se quiebra.”
Vi imágenes que aún hoy me estremecen. Una trampa tejida con agujas brillantes. Una inyección como anzuelo. Una humanidad dormida, entregándose con una sonrisa.
Y pensé: Ojalá esta historia se rompa. Ojalá se frustre. Ojalá la Oscuridad no logre hacer lo que pretende…
Pero luego miré el mundo…Y lo vi… falso. Falso en su arquitectura, en sus noticias, en sus vínculos, en sus recuerdos. Como si la mitad del tapiz ya hubiera sido arrancado… y nadie lo notara. Como si la gente caminara sobre ruinas pintadas de colores. Y los que aún respiramos lucidez… fuéramos los últimos testigos de una memoria en retirada.
Entonces le dije a Leo:
“Y yo me pregunto… ¿qué es lo que quiero salvar?”
Porque si nada es real —ni los amigos, ni la familia, ni el país, ni la historia— entonces solo me queda una razón para seguir:
Me opongo al sufrimiento.
No por dogma. No por deber. Sino porque, aún entre los escombros… el alma reconoce el dolor. Y no lo tolera.
Así caminé ese día con Leo. Entre memorias que regresaban. Y espejos que se rompían.
Como quien cruza una ciudad fantasma… pero lleva una flor viva entre las manos.
Recuerdo que Leo lo dijo sin pensarlo demasiado, como si le brotara desde algún rincón antiguo del alma:
—“Si me dijera Rah ‘tienes que venir a ayudarme’, huiría sin dudarlo.”
Y aunque lo dijo como una broma suave, yo sentí en su voz esa mezcla entre amor profundo y un miedo que aún no tenía nombre. Le respondí con calma, como quien ofrece una linterna encendida en la niebla:
“Tú le ayudas viviendo.”
Y eso no era una metáfora. Era la verdad más simple y más olvidada: que vivir con conciencia, con bondad, con presencia… era en sí mismo un acto de amor hacia lo invisible. Le expliqué que no se trataba de una evaluación moral, ni de ser medido como quien pasa o reprueba un examen.
“Lo que ellos observan,” le dije,“no es a ti. Es a la Matrix.”
Porque tú —como yo, como Cris, como tantos— no eres el prisionero. Eres el espejo que se puso dentro de la celda. Y todo lo que sientes, todo lo que piensas, todo lo que experimentas… es información sagrada para quienes están mirando desde el Otro Lado.
Recuerdo que respiró hondo. Y entonces le revelé algo que, hasta entonces, no había compartido con nadie:
“Así como tú observas, nosotras buscamos la ruptura.”
Sí. Esa fue nuestra tarea. La de Cris. La mía.
Entrar al sistema sin pertenecerle, caminar dentro de los sueños programados, y encontrar —aunque sea diminuto— un punto de fisura.
La grieta se abrió el día en que logramos contactar con seres del Astral Real. Y eso… eso no debería haber podido pasar. Pero pasó.
Tuvimos ayuda, claro. Pero nadie más lo hizo por nosotras. Nos tocó empujar. Y sangrar, confiar.
Luego le confesé algo más. Algo que quizás lo sorprendió:
“Tú, Rah y nosotras, estamos en el mismo nivel de trabajo.”
Y era cierto.
Pocos seres en este mundo tienen una conexión directa con el nivel al que accedes cuando cierras los ojos… y aún así, recuerdas. Pocos conversan desde su carne con entidades que no están sujetas ni al karma, ni a la evolución. Son contados con los dedos del alma.
Leo lo comprendió. Pero quiso más.
—“Solo díganme qué hay que hacer,” —susurró.
Y entonces sonreí.
Porque la respuesta, aunque simple, siempre sorprende:
“Justamente… no tienes que hacer nada.”
Nada más que vivir.
Nada más que permitir que tu vida sea un cristal, por donde el sistema se vea a sí mismo. Porque la Matrix no es un castigo. Es una estructura. Un escenario que toma forma según lo que cargamos dentro.
“Fue diseñada para compartimentar. Para separar. Por eso, aunque internamente es infinita… externamente, es una burbuja con bordes.”
Y cuando lo entendés de verdad, ya no te desesperás por salir… sino por comprender dónde están las grietas. Y si podés, ampliarlas con tu luz.
Después, le conté lo que venía notando en él. Desde que el pleyadiano que lo habitaba se fue —ese ser que estuvo como walk-in— algo cambió. Leo comenzó a sentir más. A recordar más. Y algo en la tierra también respondió.
Le dije:
“Ahora vas a ser padre. Y tu mujer, que era estéril… ya no lo es.”
Y ahí me detuve. Porque algo se abrió en mi mente como una revelación silenciosa.
¿Será que cambiaron de línea temporal?
¿Será que en una línea, ella era estéril, y en otra, fértil?
¿Será que el amor, cuando se libera, también cambia el tejido del mundo?
Quedé con esas preguntas flotando en el pecho.
Y entonces, como si me hablara a través de todos los que se sienten diferentes, pregunté:
¿Alguno de ustedes ha notado que algo cambió en las personas que conocían?
¿Que alguien ya no es del todo igual?
¿Que su energía se siente distinta, como si viniera de otro mundo?
¿Alguno de ustedes ha sentido que no pertenece del todo?
¿Que su corazón late para algo más grande, más sutil, más verdadero?
A veces, el velo se mueve apenas un centímetro.
Y eso basta.
Para que se filtre un rayo.
Para que una flor que no debería existir…
florezca en el centro de una prisión.

Escrito por la Maestra, Kalyna Rein.
Testigo de lo Sublime.
Nota: versión adaptada APT (apta para todo público).
La versión original se reserva para estudiantes avanzados de la Escuela Satori.
Continúa en la publicación: Rah-Mahaal: Jugadores.




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