2021.06 +2020: Nueva humanidad.
- Kalyna Rein

- 1 dic
- 5 Min. de lectura
Actualizado: hace 6 días

Por Kalyna Rein — Escuela Satori
Libro: Metafísica Matrix 04 - InterDimensional. 2021
MM04-Blog 06. Versión ATP 2025.
Continuación de la publicación: Más allá del 2020.
Cuando hablo de una nueva humanidad, no me refiero a una idea abstracta, ni a una utopía escrita en los márgenes de un libro olvidado. Hablo de algo que se palpa en el viento y en el temblor de los tiempos. Hablo de un proceso profundo, tejido en la trama secreta de la historia, en la piel ardiente de los pueblos que se apagan y en la semilla dormida de los que vendrán.
No es nuevo. Ha ocurrido antes. Civilizaciones enteras han caído sin más en el olvido, para ser reemplazadas por otras, a veces más sabias, a veces más crueles. Siempre entre escombros, fuego, y cantos perdidos. En esta danza de eras, ni la vacuna ni la espiritualidad, por sí solas, son más que piezas pequeñas en un tablero inmenso. En lo inmediato, apenas mueven una hoja. Pero son señales. Son símbolos. Son opciones que algunos toman, como se toma una llave, sin saber aún cuál es la puerta.
Recuerdo que alguien me dijo una vez: — No vacunarse es una forma de permanecer, aunque sea un poco más, en esta piel vieja del mundo.
Quizás sea cierto. Tal vez, en algunos casos, eso evite caer en las primeras olas de la gran mortandad, esa que lleva el nombre dulce del remedio, pero carga veneno en su abrazo. Y aun así... no hay promesa de permanencia. Quien evita ese destino, puede hallar otros: el hambre que se alza como un espectro sobre las ciudades, la violencia que ya no duerme, la enfermedad que brota del polvo, o la cacería, cruel y legal, de aquellos que aún se atreven a llamarse humanos en un mundo que ya no reconoce su nombre.
La vacuna, entonces, no es salvación. Es apenas una moneda lanzada al aire. Lo que viene después... no tiene cura en un frasco.
Pero lo espiritual... Ah, lo espiritual. Eso es otra cosa.
Eso sí trasciende la carne, el frío de una noche sin techo, el miedo en una frontera con armas. Porque si uno logra mantenerse en luz, si uno se convierte en bondad —no en teoría, sino en la mirada, en el gesto, en lo que deja atrás—, entonces algo sagrado ocurre. Esa persona, aunque muera, no ha sido vencida. Su alma, imantada por su propia vibración, encuentra otro destino. Como si la misma vida dijera: — Tú, que aún fuiste amor en medio del colapso… ven, hay un lugar donde puedes seguir cantando.
Y en ese canto, quizás, se construya otro mundo.
No ese que diseñan los salones dorados de la Elite. No esas ciudades perfectas y frías, destinadas a ser el esqueleto de una civilización sin alma. No. Hablo de un nuevo mundo que nacerá desde el barro y la ceniza, en los rincones donde aún palpita la compasión. Allí, la humanidad que logre sobrevivir, será trabajada como arcilla viva por fuerzas más sabias... quizás por pueblos estelares que no olvidaron lo que es cuidar la vida.
Pero primero, hay que sobrevivir.
Y lo digo con el alma abierta: no sé cuántas pruebas deberá atravesar una persona para lograrlo. No lo sé. No quiero escribir oscuridad en el aire por gusto. No soy profeta del miedo. Solo sé lo que otros han hecho antes. Sé lo que tienen. Sé que la Elite posee armas y estrategias, y que ha aprendido a disfrazarlas de progreso.
Vacunas como selecciones encubiertas. Hambre, como diseño del colapso. Clima, como teatro de guerra. Sequías, inundaciones, tormentas, terremotos…
— ¿Quién sospecharía del cielo?
Guerras de desesperados contra desesperados. Refugiados exterminados con excusas perfectas. Cámaras, jaulas, silencios. Y más.
Quizás, por ahora, no deseen encender las armas más indómitas: pandemias reales, guerras nucleares, bacteriológicas, químicas. Porque saben que esas llamas pueden devorar a todos, incluso a sus propios altares. Pero no hay garantía. Si sienten que pierden el control… lo harán.
Por eso, en este paisaje roto y hermoso, lo único que puedo decir con certeza es esto:
cada persona debe pelear por su vida. El camino de las armas, no es el único posible… sino también el de la conciencia.
Es tiempo de abrir los ojos. De prepararse. De recordar lo olvidado: cómo curar una herida, cómo hervir agua, cómo leer el lenguaje de los otros. De hablar con la familia. De tejer redes pequeñas pero firmes. De recordar que el amor no sirve si no se vuelve acción. De ser más humanos, ahora que lo humano es lo que está en juego.
Y mientras todo esto ocurre… yo me detengo un instante.
Miro el cielo de mi infancia, el mismo que aún canta, aunque nadie escuche. Y me imagino una fogata, en medio de la noche, donde un grupo de sobrevivientes cuenta historias con las manos abiertas y los ojos llenos de estrellas.
También es bueno recordarlo…
A veces, cuando el cielo se nubla y el aire parece pesar con memorias del fin, lo olvido.
Pero no estamos solos.
Hasta hoy —sí, hasta este mismo instante en que mis dedos tocan el Verbo— hay grupos que han velado por nosotros en silencio. Grupos pro-humanos, que no llevan banderas, ni marchan en la plaza, ni aparecen en los noticieros. Pero están.
Formados por hermanos de la Tierra, pero también por aquellos que provienen de lugares donde el sol canta distinto. Algunos viven debajo de nuestros pies, en cámaras ocultas de un mundo más antiguo. Otros descienden con alas invisibles, desde constelaciones que una vez soñamos.
Ellos… ellos han frustrado, más de una vez, los planes de la sombra.
Lo sé. Lo he visto. Cuando el mundo rozaba el abismo —una guerra que no estalló, un virus que se deshizo, un colapso que se detuvo en el último segundo— ahí estuvieron. Evitaron que la destrucción masiva tomara cuerpo. Deshicieron hilos envenenados que tejían ruina sobre nuestras cabezas. Detuvieron aquello que aún no alcanzamos a nombrar.
Y por eso… por eso nada impide que vuelvan a hacerlo.
No todo está dicho. No hay una última palabra escrita en piedra. El futuro aún respira. Y lo que se está definiendo ahora —justo ahora— no es si cambia el mundo… sino cómo cambia.
¿Será un parto con dolor, o un renacer suave como brisa de primavera?
¿Colapsará esta línea gris en la que caminamos a ciegas, para que regrese la otra —aquella de la que alguna vez nos perdimos— llena de luz, de música, de hogar?
No tengo la respuesta.
Pero sí sé esto: no hay que rendirse. No hay que bajar los brazos. No ahora.
Luchad por lo que amáis —me digo. Luchad con ternura, con memoria, con belleza, con canciones si hace falta. Luchad, no como quien se enfrenta, sino como quien abraza con fuerza lo que no está dispuesto a perder.
Y alzo la mirada.
El cielo no ha cambiado de color, pero en su hondura… algo me observa y sonríe.

Escrito por la Maestra, Kalyna Rein.
Una testigo de los Tiempos...
Nota: versión adaptada APT (apta para todo público).
La versión original se reserva para estudiantes avanzados de la Escuela Satori.




Comentarios