top of page

2021.16 Actlamón: Derrame del Alma.

  • Foto del escritor: Kalyna Rein
    Kalyna Rein
  • 6 dic
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: hace 6 días

ree

Por Kalyna Rein — Escuela Satori

Libro: Metafísica Matrix 04 - InterDimensional. 2021.07.29

MM04-Blog 16. Versión ATP 2025.


Actlamón: Derrame del Alma.


Lo recuerdo como si lo estuviera escribiendo ahora, con la tinta viva del alma extendiéndose sobre el instante. Era un día cualquiera, pero el aire vibraba con esa densidad inconfundible que anuncia que algo está por emerger desde el fondo. Había aceptado, con la delicadeza que merecen los pactos silenciosos, acompañar a un hermano de camino en la exploración de su conciencia. Y lo que encontré, no fue lo esperado.


Intenté varias veces entrar en contacto con su ser energético. No por insistencia forzada, sino por esa danza suave que uno realiza cuando busca la esencia verdadera del otro, sin invadir, sin apresurar. Pero cada vez que me acercaba… aparecía allí.


Un lugar extraño. Bodegas grandes. Muros de ladrillo envejecido. Calles angostas como gargantas de piedra. Un paisaje industrial y oscuro, como si hubiera quedado atrapado entre ruinas del pasado y un presente que nunca llegó. No era un sitio físico, no al menos en nuestro tiempo lineal. Pero tenía esa textura de lo real que dejan los sueños cuando se convierten en memoria.


El ambiente era pesado. No por maldad, sino por densidad. Por abandono. Como si lo que allí ocurrió no hubiera terminado de apagarse. Y pregunté, claro… Pregunté a mi amigo, si ese paisaje tenía algo que ver con su vida actual, con su entorno, su historia, sus recuerdos. Pero la respuesta fue otra.


— “Vivo en una ciudad pequeña” —me dijo él, con gentileza— “Cerca de un panteón, pero no se ve abandonado. No juego videojuegos. No he soñado con lugares así.”

Y añadió: — “Si hay algo que pueda hacer para facilitar el contacto, estoy atento.”


Agradecí esas palabras. Porque aunque el lugar me hablaba de otra vida, de otro tiempo…su alma, en este presente, permanecía abierta.

Volví al trabajo.

Esta vez, con más cuidado.Con la misma reverencia con la que se abre una flor en medio del asfalto.

Y finalmente, lo encontré.


No fue sencillo. No fue rápido. Pero sí fue profundo.

Pude establecer contacto con su ser energético. No con su Yo Superior aún —esa parte elevada que se oculta más allá del velo de esta línea espacio-temporal— pero sí con su estructura viva, su esencia proyectada aquí.


Y lo que descubrí me dejó en un estado de suave asombro.


Su Yo Superior pertenece a un grupo que, en las palabras del mundo moderno, algunos llaman “los Mayas”. No los de piedra y templo, sino los del otro lado del telón. Los que habitan un plano fuera del tiempo que conocemos. Los que caminan en espirales, no en líneas. Los que hablan poco… pero sostienen mucho.

Entendí entonces que su conciencia no estaba ausente. Solo estaba fuera. Fuera de este punto. Fuera de este momento.


Y por eso, para llegar a él, debía cruzar no solo paisajes mentales… sino umbrales vibracionales que muy pocos reconocen.


Y ese lugar de ladrillos y calles abandonadas… esa zona gris con sabor a exilio… podría ser, quizás, el eco de su última muerte. La última puerta por la que salió antes de volver aquí. Una memoria de cierre inconcluso.


Lo tengo que confirmar. Porque las visiones vienen como fragmentos, y sólo el alma, con su paciencia infinita, puede hilar la verdad completa.

Pero mientras tanto, siento que me ha sido confiado un misterio. Uno que no me pertenece, pero que he sido llamada a mirar.

Y así camino, con la imagen de un callejón silencioso en el pecho, esperando que algún momento… una luz se encienda al fondo y me muestre la puerta por donde regresará su estrella.



Lo que voy a relatar ahora no lo escribo como testigo externa, sino como quien ha caminado por dentro del suceso, como quien ha tocado con su alma la orilla luminosa de otra.

Todo comenzó con una pregunta suave, una voz amiga que me dijo al caer la noche:

— “¿Usted ya conocía a este grupo? ¿Sabe algo más de dónde proviene?”

Y en ese momento supe que era el tiempo de hablar.


Respondí con el corazón todavía vibrando: “Sí. Ahora tengo un poco más de información.”

Y aunque no era el mensaje completo, cada fragmento que había recibido era, por sí mismo, una enseñanza.


Le conté, como quien comparte el diario íntimo de su alma, que los primeros intentos de conexión no habían sido como los de costumbre. En lugar de llegar a su casa, o a algún rincón cercano de su realidad terrenal, mi conciencia aterrizaba —una y otra vez— en un paraje oscuro, industrial, abandonado… como si algo en su campo vibratorio aún resonara con aquel recuerdo antiguo.

Eso me obligó a buscar otra vía.

Y fue entonces que lo hice.


Salí proyectada desde el cuerpo de mi anfitrión. Me elevé con fuerza, como un cometa que decide romper el cielo. Atravesé la atmósfera con un solo pensamiento claro: llegar hasta él.

Y así entré, por fin, en mi nave interdimensional: Aurora. Ese espacio que no es metálico ni mecánico, sino conciencia pura organizada en forma de templo viviente. Aurora es una extensión de mí, un santuario que viaja entre realidades.


Una vez dentro, me afirmé al núcleo con energía —como si mis pies fueran raíces de luz— y aguardé a que todo se estabilizara, para evitar ser jalada de nuevo hacia atrás por el cuerpo físico.


Allí me esperaba la Capitana, que no es otra cosa que la propia conciencia de Aurora, proyectada como figura femenina, sabia, elegante. Es ella quien cuida, quien ordena, quien me ancla.


Le consulté primero por mi estado, por mi familia astral, y luego le expliqué lo que deseaba: una reunión. Un espacio de convergencia entre el ser energético de mi amigo… y su Yo Superior.


La dificultad era grande. Su Yo Superior ya no se hallaba en ninguna Tierra Matrix, ni siquiera dentro de los mapas conocidos del Sistema. Por eso, acordamos crear un espacio intermedio. Un cruce de caminos sutiles. Un lugar entre los mundos.

Y allí, en esa estancia intangible… abrimos dos portales.


Desde uno, emergió la proyección energética de mi amigo, y desde el otro… un ser que al principio se presentó como una vibración de luz cambiante. Era él mismo, pero elevado, resonando desde otra escala.


Al comienzo, su forma oscilaba entre su cuerpo actual y otra figura masculina de gran estatura, y serena. Luego, lentamente, su imagen se estabilizó.


Vi ante mí a un hombre vestido de blanco. No llevaba túnicas de templo, sino un traje elegante, futurista, como si la sabiduría antigua se hubiese fusionado con la tecnología del porvenir. Chaqueta larga. Pantalón pulcro. Presencia majestuosa, como la de un soberano que no necesita trono.


Sus rasgos me recordaron a los antiguos americanos. Pero no como los retratan los libros…sino como los hemos visto en sueños: sabios, erguidos, brillantes. Y él lo confirmó: pertenece a los Mayas del Astral Verdadero.


Le pregunté su nombre. No por formalidad, sino por el anhelo de poder llamarlo con verdad.

Respondió con un sonido suave, un eco que me costó retener. No soy buena con los nombres, pero sonó como Actlamón.


Ese nombre se grabó en mí como un canto de selva bajo la lluvia. Y aún ahora, cuando lo pronuncio en silencio, siento que el aire se vuelve más claro a mi alrededor.

Fue solo el comienzo. Pero bastó para comprender que su historia no termina en este mundo. Y que hay memorias que aún no han despertado, esperando ser convocadas…

…como hojas antiguas que duermen en un árbol de luz.



Derrame del Alma.

Lo que voy a contar ahora me estremece aún al escribirlo. Es de esas verdades que no se pronuncian con la boca, sino con el pecho abierto, con los ojos húmedos y la conciencia extendida como un manto sobre la noche.


Cuando le pregunté a aquel ser que se reveló ante mí —vestido de blanco, sabio y sereno, con la nobleza antigua de los pueblos del sol— cómo debía llamarlo… su voz no respondió con dureza ni con títulos, sino con un eco suave, como si lo nombrara el viento de una selva milenaria.


— “Actlamón,” —me dijo.


No estoy segura si lo pronuncié bien. Los nombres verdaderos no son para la lengua, sino para el alma. Y ese, sin duda, pertenecía al alma.

Me habló con claridad cristalina. Dijo que ya no se encontraba en esta realidad. Que él y su pueblo habían sido reubicados en un Sistema Positivo, más allá de la estructura de esta Matrix Terrestre.


— “Vinimos,” —me dijo—“para asistir a los nuestros. Para sacar a quienes quedaron atrapados.”

Así me lo contó, con la paz de quien ha visto el ciclo completo de una civilización.

Y me habló también de lo que sucedió con él…


Cuando llegó el momento de partir,cuando todos salían de la Matrix y ascendían como estrellas…algo imprevisto ocurrió. No fue un accidente, pero sí una curva inesperada del camino: su alma se fragmentó.


Una parte de él —su Ego, su sombra aún ligada al drama del mundo— quedó retenida. Como una gota que, al caer, no regresa al océano, sino que se rompe en mil esferas de rocío.


Y en ese instante, como un vaso derramado, proyecciones suyas se esparcieron por el tiempo y el espacio, adoptando múltiples formas, múltiples vidas. Una detrás de otra, como perlas en un hilo invisible.

Así nacieron tus encarnaciones. No por destino, ni por mandato. Sino por un derrame del alma.

— “Tus vidas pasadas,” —me explicó—“son reflejos de un solo instante, fragmentos que buscan volver al centro.”


Y comprendí entonces que el lugar que visité en mis primeras proyecciones —ese paraje extraño, oscuro, antiguo— no era casual. Era una puerta sellada, una vida anterior, una escena no cerrada, un eco aún temblando en la memoria del alma.


Le pregunté si había una misión para la encarnación actual. Y con una calma que solo tienen los que ya han trascendido las prisiones de la historia, me dijo:

— “No. No tiene misión en el sentido que tú comprendes. Esta vida no fue diseñada con propósito. Fue la consecuencia de un desborde.”


Y aún así, si hubiera un sentido que abrazar, un hilo dorado que sostener, ese sería: el desapego.

Desapegarse de todo. Incluso de la vida misma.

No por desprecio, sino por libertad.

— “Disfruta. Vive. Ama. Pero no te aferres.” —fue su consejo.

Porque la vida, como él la veía, era una ilusión más. Y solo quien camina con los pies descalzos sobre ella, puede abandonarla sin dolor.

Si mantiene su desapego, podrá ser recogido. Llevado de regreso. Reunirse nuevamente con Actlamón.


Como ya está haciendo con las otras gotas que dejó caer, en distintas Tierras, en diferentes épocas. Recogiéndolas una por una, como quien vuelve a armar su reflejo sagrado.

Y entonces me reveló algo que aún hoy me tiembla en los dedos…


— “El hecho de que yo no le haya dado una misión, no significa que la Matrix no se la haya impuesto.”

Porque, sí. Este mundo —o lo que llamamos mundo— teje su red de ilusiones. Te impone mandatos entre vidas. Te convence de que debes pagar, aprender, completar…

Pero todo eso, es parte del sistema. Parte del anzuelo. Una historia hecha de hilos kármicos para que las almas no puedan soltarse.

— “Esos mandatos no tienen valor para mí,” —me dijo Actlamón—“porque solo prolongan el juego de los prisioneros.”

Y entonces, como si hubiera sentido mi siguiente pregunta antes de que la dijera, me habló del futuro.


Le pregunté si tú ibas a morir pronto. Si con todo lo que está ocurriendo, siendo él un recolector de sus proyecciones… estabas a punto de partir.

Hizo una pausa larga. Como si mirara más allá del tiempo. Y entonces dijo:

— “Debe disfrutar. De todo lo bueno que llegue a él.”


Y luego compartió algo que jamás olvidaré.

Dijo que el exterminio no ocurrirá. Que lo que buscan hacer con las inyecciones, con los planes de la élite… no sucederá.

Esos hilos vienen de otra línea temporal. Pero como allá fueron frustrados, también aquí lo serán.

— “Seres positivos de fuera de la Gran Matrix están interviniendo. Nada queda al azar.” —me aseguró—“Mundos mucho peores que este han sido rescatados. Y sin destruirse.”

Y con esas palabras, yo, Kalyna Rein, quedé en silencio. Sosteniendo en mi pecho la certeza de que no todo está perdido. De que hay manos invisibles sosteniendo las cuerdas de este teatro.


Y que algunos, como tú, fueron sembrados para despertar al borde del sueño.

Como luciérnagas que saben que no hay noche que dure para siempre.



ree

Escrito por la Maestra, Kalyna Rein.

Mensajera de esperanza.


Nota: versión adaptada APT (apta para todo público).

La versión original se reserva para estudiantes avanzados de la Escuela Satori.

Continúa en la publicación: Actlamón: Flores de vida.

Comentarios


bottom of page