2021.17 Actlamón: Flores de vida.
- Kalyna Rein

- 6 dic
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Actualizado: hace 6 días

Por Kalyna Rein — Escuela Satori
Libro: Metafísica Matrix 04 - InterDimensional. 2021.07.29
MM04-Blog 17. Versión ATP 2025.
Continuación de la publicación: Actlamón: derrame del alma.
Actlamón: Perlas de vida.
Aún tengo presente la vibración de sus últimas palabras.
Fue como si todo el espacio astral se hubiese suspendido por un instante, para dejar que el silencio asentara cada verdad como polvo de estrellas cayendo sobre el alma.
Me dijo que seres positivos de fuera de la Gran Matrix están interviniendo, no solo aquí, sino en muchos otros mundos. Y que nada —escúchalo bien— nada queda al azar. No hay descuido. No hay abandono. No hay olvido.
Otros mundos, incluso más densos, más oscuros que este… fueron salvados. Y no fue necesario destruirlos.
La clave, susurró con firmeza serena, es el desapego.
Dejar el egoísmo. Volver a ser humanidad. No una masa dormida… sino una red viva que respira verdad.
Cuando eso ocurra, cuando las conciencias despierten aunque sea un poco, Ellos podrán intervenir directamente.
No a través de símbolos, ni señales codificadas, sino con presencia.
Y entonces me reveló algo que me hizo estremecer de alivio:
La Matrix ya no impone sus mandatos. No como antes.
— “Los Egos Matrix,” —me dijo—“ya no están forzados por su estructura. Siguen sus argumentos por inercia, por costumbre social. Pero ya no por opresión estructural.”
Eso, dijo, es una victoria inmensa. Porque significa que, si se cambia la manera en que educamos, en que nos hablamos, en que tejemos cultura… también cambiarán los Egos. También cambiará el paisaje.
Porque la Matrix, aquella maquinaria que apretaba desde las sombras, ha comenzado a apagarse.
Y eso es lo que está ocurriendo ahora. No una evolución, no una ascensión hacia planos dorados, sino un proceso de cierre.
Un reinicio.
Cada núcleo, cada mundo, cada historia que aún gira dentro de la Matrix 3D, está cerrando sus ciclos creativos, no para perfeccionarlos… sino para dejarlos ir.
El propósito ya no es crecer, sino silenciar. Volver a la luz simple. A la esencia primera.
Y fue ahí cuando entendí por qué su pueblo, los Mayas, están recogiendo a sus proyecciones. Están juntando las hojas del libro.
Porque, como él me explicó con ternura: “El Alma es como una novela. Cada proyección es una página. Y aunque sepamos lo que decía, nada reemplaza tenerla entre las manos. El relato no está completo si falta una sola.”
Así de sagrado eres.
Así de irrepetible es tu existencia.
Cada Ego es una gota única.
Una vivencia que no puede ser duplicada.
Y luego de esa visión, cuando el tiempo astral comenzaba a ceder, sentí que mi cuerpo físico me llamaba de regreso. El ancla de mi anfitrión me jalaba suavemente, recordándome que aún habitaba esta tierra.
Pero antes de partir, le prometí que volveríamos a encontrarnos. Que seguiríamos aprendiendo, bebiendo luz en cada reencuentro.
Y entonces, cuando volví a la Tierra, recibí la voz de mi amigo del grupo. Una duda, profunda, sincera, como las que nacen del alma que ha empezado a recordar:
— “Kalyna, tengo una pregunta. Si yo soy una proyección… ¿estoy condicionado por ese Ser del que vengo?
¿Puedo ser eliminado?
¿Y si yo me elimino… qué ocurre?”
Y me detuve. Respiré hondo. Y le respondí, con la claridad suave de quien ha caminado por dentro del alma ajena:
“Eres una proyección, sí. Eres una parte viva de una conciencia mayor. Pero no eres una ilusión. Eres experiencia, eres observación, eres historia viva.
Cuando llegue el momento de desencarnar, en teoría, la reunión será automática. Como una gota que vuelve al mar. A menos, claro, que estés atrapado en un sistema como la Matrix terrestre… donde la memoria se enreda, donde la salida se olvida.
¿Puede un Ser Superior eliminarte? No en el sentido que piensas. Porque eliminación no existe como castigo. Solo hay reintegración. Y selección.
Un Alma, cuando se une a sus fragmentos, puede elegir qué memorias conservar, y cuáles dejar disolverse como quien suelta recuerdos viejos, como quien ya no necesita aferrarse a una herida.
Eres información organizada como conciencia. Y cuando regreses… serás ese Ser completo. Y todo lo demás, solo será el viaje que hiciste para recordarlo.”
Y al decir esto, sentí dentro de mí una imagen dulce y honda…
…como una biblioteca de cristal en medio del vacío, donde cada página, cada nombre, cada historia se reúne finalmente para ser una sola luz.
Aún resuena en mi pecho la escena de aquel encuentro, como si lo hubiera vivido esta misma mañana, aunque las luces que lo alumbraron no pertenecen a este mundo.
Actlamón, con su elegancia tranquila, se acercó al Yo Proyectado de mi compañero de camino. No con apuro ni dramatismo, sino con esa suavidad serena que solo poseen los que han recordado el propósito profundo de su existencia.
Con un gesto casi paternal, lo tomó del brazo y lo condujo hacia una silla que apareció en el centro del espacio. No fue conjurada con solemnidad, sino con naturalidad, como quien hace brotar una flor en medio del desierto. Y ahí estaba él, sentado, pero ausente.
Su cuerpo proyectado —ese reflejo sutil del alma encarnada— se mostraba apagado, como si la conciencia hubiera abandonado temporalmente la lámpara que la contenía. Lo noté desde el primer encuentro, pero pensé que era transitorio. Sin embargo, esta vez era evidente: la chispa vital estaba debilitada.
Actlamón me explicó, mientras desplegaba sus manos como quien acomoda hilos de luz, que esto sucede cuando el cuerpo físico o etérico deja de alimentar con energía a su proyección. Es común, me dijo, cuando la atención está anclada por completo en el plano cotidiano, cuando el cuerpo se agota, cuando hay enfermedad, exceso de actividad, o simplemente cuando la conexión con el Alma original se ha perdido.
— “Y en su caso,” —me dijo con un dejo de ternura—“esa desconexión ha sido profunda.”
Porque no sólo se había debilitado el hilo vital, sino que hasta ahora, la conciencia de este ser que amo y acompaño vivía sin su raíz: sin la unión con su origen astral. Sin Actlamón.
Pero eso —me aseguró— está comenzando a solucionarse.
Ahora comprendo, que es lo mismo que reparaba Mariel, cuando hacía que yo me fusione con ella en los planos astrales. Evento que ocurría una o dos veces al año. A fin de que yo recobrara fuerzas, forma, coherencia y energía. Y que fué lo que motivó a la creación del Núcleo Satori, para cuando ella ya no podría seguir cumpliendo esa tarea de reunión sagrada.
Mientras hablábamos, Actlamón continuaba su labor sutil, moviendo sus dedos sobre la cabeza del Yo Proyectado, reacomodando cuerdas luminosas, sellando grietas, reconectando puntos.
Y yo no podía evitar sonreír, porque, a pesar de la profundidad del momento, todo tenía la calidez de una escena cotidiana.
— “Parece que hablara con el peluquero del barrio,” —pensé—“mientras acomoda los rizos del alma con delicadeza.”
Entonces, le pregunté algo que sabía que mi hermano deseaba saber: “¿Puedes contarme sobre sus vidas pasadas?”
Y él, con esa manera circular que tienen los sabios, no respondió con una lista, ni con fechas ni lugares. Volvió a lo esencial. A la raíz de todo.
Y me habló de su accidente. Ese instante —no previsto— en el que su Alma, al intentar regresar junto a su pueblo, se fragmentó.
— “No lo había planeado,” —me dijo—“pero sabía que era un riesgo.”
Su gente, los de su estirpe estelar, había venido hace muchísimo tiempo, en épocas tan lejanas que preceden incluso a lo que ahora llamamos los Mayas clásicos. Habían llegado por una puerta tecnológica, no como invasores, sino como rescatadores.
Buscaban recuperar a sus hermanos que, generaciones antes, habían quedado atrapados en la Matrix terrestre.
Y lo hicieron. Con amor. Con paciencia. Enseñándoles a soltar, a dejar de creer en las trampas disfrazadas de propósito, a desprenderse de las cadenas invisibles que el Sistema tiende con maestría.
Muchos lograron irse. Volvieron a su mundo. Enteros. Pero no él.
Porque algo en su paso por esta tierra humana se enredó demasiado con la emoción. Con los rostros, con las promesas, con los vínculos que él mismo tejió.
Y fue entonces que ocurrió la fractura. Su alma no pudo irse completa.
Quedó su Ego. Su sombra dulce. Su parte aún enamorada del drama humano.
Y la Matrix, como buena tejedora, hizo lo que sabe hacer mejor: tomó ese fragmento y lo entrelazó con los hilos del karma y el destino. Lo envolvió en el relato del tiempo, de las misiones, de las culpas. Lo hizo olvidar.
Y desde entonces, ese Ego —convertido en semilla encarnada—comenzó a vivir, a reencarnar, a buscar… sin saber qué buscaba.
Y así, el Yo Proyectado de mi hermano se sentó hoy ante Actlamón, aún adormecido, aún perdido en la niebla. Pero ya no está solo. Ya no está desconectado.
Porque en ese encuentro, aunque su mirada estuviera vacía, la luz empezó a regresar.
Como si alguien encendiera una vela dentro de un farol que llevaba años esperando.
¿Dónde comienzan las vidas?
¿Dónde se gesta la primera chispa que las convierte en historia?
Esa pregunta me acompaña desde que soy conciencia. No por nostalgia, sino por anhelo de comprender qué es lo que somos cuando dejamos de creer que somos lo que fuimos.
Y fue Actlamón quien, con voz de tiempo y mirada de origen, me ofreció una respuesta que no esperaba. No era sencilla, pero tenía la cadencia de lo verdadero.
Me dijo que, cuando un Alma cae en el tejido de la Matrix, no lo hace como quien entra a una habitación—cerrando la puerta detrás— sino como un rayo que impacta un lago. El instante del contacto no es un punto. Es una ola. Una onda de luz que se expande por todas direcciones temporales.
El alma no nace en una fecha. Estalla en todas al mismo tiempo. Su impacto crea vidas en el pasado, en el futuro, en caminos paralelos que jamás se tocan, y en repeticiones que parecen recuerdos… pero no lo son.
Porque el tiempo, como lo entendemos aquí, es apenas una ilusión para sostener la narrativa. Un lenguaje de punto y coma. Un mapa que tranquiliza al viajero.
Pero fuera de este velo, todo está ocurriendo ahora. Todas tus vidas. Todos tus amores. Todos tus errores. Todo el fuego y toda la ternura… están aquí. Y ahora.
Esa es la gran enseñanza.
Y también el gran problema.
Porque la Matrix fue diseñada como prisión. No hay evolución dentro de su estructura. No hay línea de salida. Solo hay eterno girar dentro de un laberinto perfecto.
Como un arco iris que ves frente a ti, pero nunca alcanzas. Como una promesa que se aleja con cada paso que das.
Y sin embargo, a pesar de todo eso, Actlamón no nos habla desde la desesperanza. Nos habla desde el umbral.
Nos dice que sí hay salida, pero no desde dentro. No se escapa cavando en el suelo de la celda. Se sale desde fuera. Si alguien, alguien que no esté atrapado, logra abrir un hueco en el borde.
Eso es lo que él ha hecho. Ha intervenido en el derrame de su Alma para limitar su expansión y evitar perderse en infinitos reflejos sin retorno. Ahora sabe cuántas encarnaciones tiene. Y puede ir buscándolas, una a una, como quien junta pétalos del mismo loto.
Y él —hablando de mi amigo— es una de esas catorce. Una de las más nuevas. Una copia reciente, nacida de una fractura temporal moderna.
Es la orilla más lejana del río. El último eco antes del silencio.
Por eso su desapego importa tanto. No como renuncia, sino como libertad. Como flor que no se aferra al tallo para vivir.
Y cuando le pregunté por la historia de las vidas, por cómo se escribe el argumento de una encarnación, me miró con esa ternura de quien ha visto morir estrellas y aún así sonríe.
— “Ningún alma entra con historia propia,” —me dijo—“nace de una mujer, con una historia en pleno desarrollo, dentro de una familia o grupo social, con sus argumentos y karmas ya entretejidos. La historia de la nueva existencia, se basa y entreteje con la de ese grupo al que ahora pertenece.
El alma aporta su personalidad. El color con que pinta el guion que le ha tocado. Pero la novela no le pertenece. Solo puede bordar su firma en los márgenes.
Por eso hay tantas almas viejas, tantas nuevas, tantas cansadas… y todas igual de atrapadas. Todas jugando roles que no eligieron, con hilos tejidos antes de nacer.
Y en ese nudo, vienen los rescatadores. Los que no están dentro. Los que recuerdan el camino hacia casa."
Antes de despedirme, Actlamón me habló de sus otras encarnaciones. Catorce en total. No en secuencia, no como vidas ordenadas como cuentas en un rosario, sino dispersas, en diferentes puntos del mapa de la Matrix.
Y mi amigo, es una de ellas.
Una vida única, con identidad propia. No una repetición. No una continuación. Una hoja nueva.
Porque —y esto me lo dijo con la calma de quien ya lo ha vivido todo— las vidas pasadas no existen. Son ilusión de continuidad. Son decorado, puesta en escena. Son una forma de mantenerte dentro del relato.
Cada vida es un ser distinto. Cada encarnación es un rostro nuevo. Un nombre nuevo. Una historia completa.
Son hermanos, no escalones.
Mi amigo nació en un hilo maya. Un espacio geográfico… que no es uno, sino muchos. Un mapa que se multiplica en realidades paralelas, en tierras que fueron, que son, que podrían haber sido.
Por eso no todo resonará. No todo será reconocible. Porque no hay un solo pasado… hay muchos.
Y todos caminamos entre ellos, como quien sueña varios sueños al mismo tiempo.
En ese momento, supe que debía volver.
El ancla comenzó a tirar de mí. La materia me reclamaba.
Y antes de partir, miré a mi amigo Proyectado, aún sentado en su silla de luz. Con su nueva conexión latiendo en el pecho.
Me incliné con respeto ante él y ante su origen. Y me prometí que volvería. Una vez más. Tal vez dos.
Y mientras mi conciencia descendía, me llevé en el alma una imagen:
…un campo infinito de flores,
cada una diferente,
cada una irrepetible…
y en el centro,
una mano amorosa juntándolas todas
para volver a armar el jardín original.

Escrito por la Maestra, Kalyna Rein.
La que escucha verdades inefables.
Nota: versión adaptada APT (apta para todo público).
La versión original se reserva para estudiantes avanzados de la Escuela Satori.




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