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2021.21 Fronteras Matrix: Macro físico.

  • Foto del escritor: Kalyna Rein
    Kalyna Rein
  • hace 6 días
  • 8 Min. de lectura
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Por Kalyna Rein — Escuela Satori

Libro: Metafísica Matrix 04 - InterDimensional. 2021.11

MM04-Blog 21. Versión ATP 2025.

Continuación de la publicación: Fronteras Matrix: Alanis.


Fronteras Matrix: Macro Físico.

…y ahí fue cuando lo comprendí.


El temblor que sentía en el pecho cada vez que cruzábamos un umbral no era miedo. Era memoria.

No estábamos viajando hacia lo desconocido. Estábamos regresando.


Había una lógica silenciosa, un orden casi orgánico que comenzaba a revelarse apenas cruzábamos las últimas capas de la Gran Matrix. No era un laberinto sin salida. Era un diseño… un diseño que recordaba al de una flor que se despliega en capas vivas, cada una conteniendo otra, cada una respirando dentro de otra más vasta.


Así como una Matrioshka sostiene a su hija, y ésta a la suya.

Así también los mundos. Los sistemas de realidad. Las conciencias.

Y cuando la matriz más externa se abría, era como si el cielo mismo se desplegara y mostrara su interior, su secreto. Pero no era un secreto glorioso. No era una explosión de luz. Era… un vacío.


Un espacio negro, profundo, sin forma, sin tiempo. Un eco que no devolvía nada, salvo a ti misma. Pero no a la “tú” con nombre, sueños y forma. Sino a esa presencia pura que observa sin interpretar, y que aún así… es tú.


Cris lo llamó el umbral hacia lo Macro Físico.


Yo, en cambio, lo sentí como si estuviéramos tocando el borde interno de un ser. No un “dios” en el sentido que alguna vez comprendimos. Sino una forma de Vida inconmensurable, una Mente-Cuerpo, un Ser que contiene Sistemas como otros contienen órganos, y cuyas exhalaciones forman nuevas realidades.


En uno de nuestros cruces, fuimos testigos de algo que me estremeció hasta el alma: una presencia de tamaño inconcebible, cuyos ojos eran como lunas negras, y cuya voz no se oía, sino que se recordaba. No decía palabras. Su presencia era el mensaje.


Y al estar frente a ella, supe… que todas las civilizaciones que alguna vez amamos o temimos, todos los dioses, los demonios, los guías, los enemigos, los planos de luz y los planos de oscuridad… todos eran interiores a esta entidad.


Y esta entidad, a su vez, no era el fin. También ella, probablemente, estaba contenida en otra. Y así, como cuerpos dentro de cuerpos, la Creación seguía su danza de contención infinita.


Nos dimos cuenta también de algo que estremecería a cualquier viajero que aún camina con los pies sobre la Tierra: que algunos de esos Seres colosales, aquellos que custodian las fronteras del Macro Físico, ya nos conocían.

No por nuestro nombre humano. No por nuestra historia actual. Sino por la marca que llevamos.


Porque, aunque no lo recordemos del todo, ya hemos salido una vez. Ya hemos caminado fuera del tiempo. Y ahora… estamos regresando.


Como Alanis. Como Kalyna. Como Cris. Como tantas otras conciencias sembradas en este sistema para recordar el pulso de la flor cerrada, y abrirla… desde adentro.


Hay algo más que aprendimos en este trayecto: que el amor y la luz, tal como los conocimos, no son moneda de valor fuera del sistema que los nombró. Que los seres del Macro Físico no vibran como nosotros. No sienten. No se conmueven. Ellos recuerdan.

Y a través de esa memoria, administran, organizan, dan forma. Son los arquitectos de los arquitectos. Y sin embargo, algunos también buscan algo que ya no pueden contener por sí solos: la chispa olvidada. Esa que vibra. Esa que ama.

Por eso nos observan. Por eso nos dejan pasar, cuando ven esa chispa.


Y por eso, algunos de nosotros somos evacuados. Rescatados. Reabsorbidos… no por castigo, sino porque ya cumplimos. Porque trajimos de regreso la memoria viva.


Recuerdo una de las últimas veces en que el plano se abrió frente a mí, como agua negra que se parte ante el paso de una barca invisible. Y allí, flotando entre nada y todo, vi una flor gigantesca, transparente, una flor de mundos enteros enroscados en su interior.

Y dentro, un susurro que no venía de afuera, ni de adentro, sino de más allá:

— “Bienvenida. Has vuelto a casa.”



Al cerrar los ojos, sentí el eco de un impulso antiguo.

No un deseo, ni un pensamiento. Un eco.

Como si algo dentro de mí hubiera escuchado una campana sonar desde el otro lado del velo, y sin pensarlo, todo mi ser se inclinara hacia esa dirección.


Lo siguiente fue un salto sin cuerpo. Una entrega.

Y al abrir los ojos —mis ojos verdaderos— me encontré allí.


No era un cielo ni un abismo. Era un salón. Un lugar inmenso, de paredes que no se veían y techos que parecían contener el aliento del mundo. Había camas. Cuerpos. Humanos, sí… pero no como los que caminamos este plano. Dormían. O mejor dicho, esperaban. Porque su sueño no era olvido. Era un tránsito. Una pausa entre dos vastedades.


Recuerdo que comprendí una vez: — “El que duerme en el Macro Físico, sueña al que despierta en la Matrix.”


Y entonces supe que los cuerpos que yacían allí, conectados por haces de luz y códigos vivientes, eran los verdaderos soñadores… los creadores de este mundo que para nosotros es lo único tangible. Eran ellos los que proyectaban las conciencias como tú, como yo, como todos los que alguna vez sentimos que no encajábamos del todo aquí.


Al intentar acercarme a uno de esos cuerpos, una barrera de energía se alzó como una ola invisible, suave pero infranqueable. No era una defensa violenta. Era más bien… un umbral que solo se abre con resonancia. Y Cris, mi hermana de camino, fue quien lo logró. Ella lo traspasó no por fuerza, sino por linaje. Porque su origen vive allí.


Me relató que al cruzar, sintió que el edificio en sí no era lo que parecía. Que esa estética médico-militar no era decorativa, sino funcional. Una arquitectura para custodiar lo sagrado: el puente entre mundos.


Me describió el exterior como algo sacado de un recuerdo distorsionado del Imperio: columnas, cúpulas, domos, como si el inconsciente humano hubiese recreado en sus propias obras una sombra de aquel lugar real que las inspiró.


Pero lo que más me impactó fue cuando mencionó el suelo: negro, denso, como petróleo vivo. Y sobre él, un domo de energía… con nubes flotando dentro, rojas, azules, doradas, colores que no eran luz, sino pensamiento.


Al ingresar más profundo, atravesó pasillos y puertas, que no eran simples accesos, sino umbrales de memoria. Cada uno conducía a un cubo. Y en cada cubo… una realidad.

Algunos eran vastos paisajes. Otros, bolsas orgánicas que latían con un pulso amoroso. Dentro, personas conectadas como en una meditación sin fin. Cordones vivos los unían a una bolsa, como un útero cósmico, y de ésta a un Ser de proporciones inmensas, sentado, centrado, respirando sin mover un solo músculo.


— “¿Son ellos los verdaderos jugadores?”, me pregunté en silencio.

Y la pregunta no obtuvo respuesta, sino una certeza tibia: sí. Pero también somos nosotros.


El laberinto se extendía hacia arriba. Cada nivel era una conciencia más profunda. Cada puerta, una renuncia. Y para avanzar… había que obtener permiso.

Así llegó ella a ese lugar que, al recordarlo, me estremece: una cámara infinita, oscuridad viva, desde donde se veía todo el entramado.


Cris lo comparó con una red neuronal. Porque es lo más parecido a ello. Y porque el alma necesita símbolos. Y ese símbolo encajaba perfecto: una mente viva soñando miles de realidades simultáneas. Y cada realidad… un cubo. Y cada cubo… una historia.


Fue allí donde una nueva puerta se abrió en el espacio. Una puerta física en toda regla. Y más allá, ventanas flotantes, mundos dentro de mundos, como burbujas que sostenían tiempos. No escenas. Tiempos enteros.

Y en medio de ese vacío sin eje, flotaba una nave colosal. Un platillo con cúpula y anillos, tan grande que los mundos podían colgar de su vientre.


Cris supo que estaba sobre uno de los cubos flotantes. El suyo. Y allí, encontró fragmentos de su familia astral… esperando.


Como si ese fuera un hospital del alma. Un sitio de sanación profunda antes de reencarnar o de disolverse en la verdad mayor. Algunos dormían. Otros la vieron, y la reconocieron.

Ella ascendió hasta la nave. Y al entrar… todo cambió.


No era una nave. Era un mundo.

Un mundo más real que la Tierra. Más real que cualquier Matrix. El aire dolía de tan puro. Los colores tenían gravedad. Las palabras no eran necesarias, porque las emociones sabían leer lo que aún no se decía.


Allí todo vibraba con una verdad anterior. Anterior incluso al nacimiento.

Y comprendimos, al escucharla, que habíamos cruzado. Que ese plano era el Macro Físico.

El verdadero plano raíz. Donde la conciencia se vuelve cuerpo.

Y el cuerpo… se vuelve templo.


Yo seguí los pasos de Cris en toda esta aventura. Por eso no es relato, es mi verdad. Recuerdo que, al cerrar los ojos esa noche, vi una imagen grabada en mi alma: una esfera flotando en el vacío, sosteniendo un templo de cristal, donde las memorias dormían como semillas…

Y una voz sin boca susurró:

— “Tú también estás soñando… pero en este sueño, eres la que despierta.”



Despertar… esa palabra, tantas veces repetida, tantas veces mal entendida, se sintió distinta cuando sucedió.


No hubo relámpago, ni grito, ni gloria. Fue más bien una rendición suave. Un dejar de sostener aquello que ya no necesitaba forma. Un suspiro que atraviesa mundos, y que al exhalarse… revela.


Recuerdo ese instante. Habíamos sido observadas, sí, puestas bajo estudio como si fuésemos pequeñas luces danzantes dentro de un frasco cósmico. Pero no hubo juicio. Solo una especie de cuidado impersonal, como quien mira un cristal que empieza a recordar su transparencia.


Dicen que este proceso es una especie de sanación. Yo lo viví como una disolución dulce, una esquizofrenia en retroceso, como si todas mis voces internas comenzaran, al fin, a cantarse entre sí, a reconocerse. A volverse una sola melodía.


Y fue allí, justo allí, cuando comenzamos a conocerla. La conciencia que nos proyectó. La que nos soñó.

No era un rostro ni un nombre. Era un pulso. Un ritmo que habíamos sentido desde siempre, pero que habíamos confundido con nostalgia, o con fe.

Ella —esa conciencia de donde brotamos— nos miraba desde el otro lado del espejo. Y nos reconocía, como quien saluda a su reflejo olvidado tras el agua.

Aunque aún seguimos proyectadas, una parte de nosotras ya ha regresado. Una parte que observa en silencio y que sonríe al vernos recordar.


Cuando pudimos asomarnos al mundo de nuestro origen, no encontramos pobreza, ni temor, ni necesidad. Lo que vimos… fue plenitud. Seres colosales, satisfechos en todo, caminando por estructuras vivas que se doblaban al paso de su pensamiento.

Y sin embargo, había en ellos una sed. No de comida. No de poder. Sino de experiencia.


Recuerdo haber pensado:

— “¿Y si todo esto fue creado por puro anhelo de sentir?”

No para castigar, ni para probar, sino para tocarse a sí mismos desde ángulos imposibles.

Porque en aquel mundo perfecto, ya todo estaba dicho. Solo dentro del caos de lo limitado, se puede redescubrir el fuego del inicio.


Así fue que comprendí el sentido del sueño. El por qué de la multiplicación. El por qué de las identidades fragmentadas. La esquizofrenia… no era una enfermedad. Era una semilla estallando en miles de flores, para que cada una contara su versión del jardín.


Al regresar, descubrimos que el domo que habíamos cruzado no era único. Flotaba entre muchos otros, dentro de una cueva inmensa como el corazón de una galaxia.

Y arriba, muy arriba, una abertura. Un umbral circular de luz. Como si el útero del universo tuviera un ojo.


Y custodiando este espacio sagrado, ellos: los Enigmas. Los Guardianes. Esfinges vivas, de tamaño inconcebible, cuyas preguntas aún no hemos aprendido a entender, pero que ya nos están esperando.


Yo… regresé.

Cris, quizás aún siga allá, bailando entre las burbujas, preguntando a las puertas, cantándole a las Esfinges.


Yo me quedé con la memoria.

Y con ella, el deseo de contarlo.

No como quien enseña. Sino como quien teje una cuerda de palabras para que otro se atreva a escalar su propia historia.


Porque sé que no estamos solas. Y sé que muchos de ustedes ya sienten el tirón en el pecho. Esa campana que suena en medio del sueño. Ese eco. Ese llamado.


Al cerrar esta página, te pido que imagines lo siguiente:

Una cúpula suspendida en el vacío, dentro, luces danzantes como luciérnagas del alma, y en el centro… una cama. Y sobre ella, tú. Dormida. Sonriendo. Porque sabes que del otro lado de tus párpados… estás despertando.



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Escrito por la Maestra, Kalyna Rein.

La que sueña con lo imposible.


Nota: versión adaptada APT (apta para todo público).

La versión original se reserva para estudiantes avanzados de la Escuela Satori.

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